El dilema de las tarimas
El músico por definición, debería obtener su mayor
emoción y sentimiento de realización al tocar en vivo. La fuerza y la emoción
de interpretar ante una audiencia, es la razón por la que muchos toman por
primera vez un instrumento o se unen a otros para formar algún tipo de proyecto
musical; en nuestro rock la situación no es para nada diferente, ya sea en un
pequeño bar frente a unas decenas de personas o con públicos de cientos y hasta
miles en un gran evento, las horas de crear, componer, patear la calle y
ensayar cobran sentido.
Pero hay que reconocer que Maracaibo y todo el
estado Zulia, no han sido precisamente, terreno fértil para el nacimiento de lugares
que inviten al músico a tocar y al público a disfrutar de las bandas que le
gustan. Lo único que ha salvado a la siempre underground movida regional, es la
actitud de “hágalo usted mismo”, que se convirtió en sinónimo de nuestros
toques y ha continuado así por las últimas tres décadas. Convertir lugares de
cualquier tipo - taguaras, restaurants, discotecas al borde de la quiebra,
clubes de socios y cualquier sitio donde quepa un grupo y un sonido - en un
escenario para el rock, es típico del rocker zuliano.
Keops, Contornos, J&D, El Enlosao, el Colegio de
Economistas, el Club Alianza y muchos otros se convirtieron en escenarios para
que las agrupaciones regionales se mostraran ante sus seguidores. Pero a medida
que el tiempo pasa, nacen sitios pensados para el rock, pero de una forma u
otra, la mayoría parece no aguantar el paso del tiempo y terminan muriendo y
desapareciendo.
Las razones de que esto ocurra son varias, un
público mal educado (es decir educado de mala manera), que se rehúsa a pagar
entradas a precios razonables, que origina más problemas que los que soluciona
y que echa por tierra la reputación de la audiencia local es siempre un mal
síntoma; por otro lado, dueños de locales que abusan de las bandas y no ofrecen
la experiencia por la que los asistentes estarían pagando y por último las
bandas, que en algunos casos sufren de rockstarismo crónico o que se dejan
pisotear por los dueños sin poder encontrar el punto medio beneficioso para
todos.
Empecemos por el público, son incontables las
historias de gente en las afueras de un local que no quiere pagar el precio de
la entrada o que busca negociar tratos ridículos con los porteros para poder pasar,
los que forman peleas y acaban el concierto temprano con la policía, los que se
quejan de todo pero no colaboran para mejorar, en fin la crema y nata de los
asistentes a toques. Pues, hay que saber que hasta que no nos comportemos como
público no seremos tomados en serio, y nuestros deseos de ver eventos más
grandes y de mayor calidad, con bandas de mayor renombre se quedaran en sueños.
El organizar conciertos es un negocio, conlleva
inversión, organización y mucho trabajo, todo eso se paga y hay que saber, que
si el concierto no da dinero, simplemente no se vuelve a hacer. Hay que
respetar a las bandas que tocan, así como queremos ser respetados y cuidar los
lugares para que estos sigan funcionando y brindando su servicio, para que de
esta manera, no se pasen a otros estilos, como los lugares que se decantan por
las rumbas electrónicas, pues al parecer las personas que van a estas fiestas,
pagan sus entradas y se comportan como seres más civilizados.
Por la parte de los locales, estos tienen que aprender
la que relación precio-valor no tiene que implicar mal servicio al espectador,
ni tratos que vayan en contra del talento que presentan. Si es cierto que la
idea de un negocio es ganar, pues también es cierto que el maltrato a la
concurrencia o al artista no son buenas formas de lograrlo. Además, invertir en
publicidad, promoción, equipos y bandas con talento es una excelente forma de
conseguir resultados reales, recuerden eso.
Para finalizar dejamos a las bandas, las
agrupaciones deben aprender cómo se maneja un negocio de eventos, entender que
se puede pedir y que no, no dejarse engañar, pero tampoco hacer exigencias muy
por encima de lo que vale su acto.
En todas partes del mundo, el valor del caché (lo
que se le paga al artista), depende de la cantidad de gente que esta pueda
meter entrada en mano a un local, mientras más concurrido, mayor el caché.
Entonces, las bandas que apenas se inician, no pueden esperar el mismo trato
monetario que un grupo que puede poner el local hasta las banderas, y esto
también implica que las bandas deben conocer su propio valor y trabajar en
aumentar su poder de convocatoria.
Nos leemos la que viene...
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