jueves, 14 de marzo de 2013

Memorias Bajo Tierra 2: El dilema de las tarimas



El dilema de las tarimas

El músico por definición, debería obtener su mayor emoción y sentimiento de realización al tocar en vivo. La fuerza y la emoción de interpretar ante una audiencia, es la razón por la que muchos toman por primera vez un instrumento o se unen a otros para formar algún tipo de proyecto musical; en nuestro rock la situación no es para nada diferente, ya sea en un pequeño bar frente a unas decenas de personas o con públicos de cientos y hasta miles en un gran evento, las horas de crear, componer, patear la calle y ensayar cobran sentido.

Pero hay que reconocer que Maracaibo y todo el estado Zulia, no han sido precisamente, terreno fértil para el nacimiento de lugares que inviten al músico a tocar y al público a disfrutar de las bandas que le gustan. Lo único que ha salvado a la siempre underground movida regional, es la actitud de “hágalo usted mismo”, que se convirtió en sinónimo de nuestros toques y ha continuado así por las últimas tres décadas. Convertir lugares de cualquier tipo - taguaras, restaurants, discotecas al borde de la quiebra, clubes de socios y cualquier sitio donde quepa un grupo y un sonido - en un escenario para el rock, es típico del rocker zuliano.
Keops, Contornos, J&D, El Enlosao, el Colegio de Economistas, el Club Alianza y muchos otros se convirtieron en escenarios para que las agrupaciones regionales se mostraran ante sus seguidores. Pero a medida que el tiempo pasa, nacen sitios pensados para el rock, pero de una forma u otra, la mayoría parece no aguantar el paso del tiempo y terminan muriendo y desapareciendo.

Las razones de que esto ocurra son varias, un público mal educado (es decir educado de mala manera), que se rehúsa a pagar entradas a precios razonables, que origina más problemas que los que soluciona y que echa por tierra la reputación de la audiencia local es siempre un mal síntoma; por otro lado, dueños de locales que abusan de las bandas y no ofrecen la experiencia por la que los asistentes estarían pagando y por último las bandas, que en algunos casos sufren de rockstarismo crónico o que se dejan pisotear por los dueños sin poder encontrar el punto medio beneficioso para todos.

Empecemos por el público, son incontables las historias de gente en las afueras de un local que no quiere pagar el precio de la entrada o que busca negociar tratos ridículos con los porteros para poder pasar, los que forman peleas y acaban el concierto temprano con la policía, los que se quejan de todo pero no colaboran para mejorar, en fin la crema y nata de los asistentes a toques. Pues, hay que saber que hasta que no nos comportemos como público no seremos tomados en serio, y nuestros deseos de ver eventos más grandes y de mayor calidad, con bandas de mayor renombre se quedaran en sueños.

El organizar conciertos es un negocio, conlleva inversión, organización y mucho trabajo, todo eso se paga y hay que saber, que si el concierto no da dinero, simplemente no se vuelve a hacer. Hay que respetar a las bandas que tocan, así como queremos ser respetados y cuidar los lugares para que estos sigan funcionando y brindando su servicio, para que de esta manera, no se pasen a otros estilos, como los lugares que se decantan por las rumbas electrónicas, pues al parecer las personas que van a estas fiestas, pagan sus entradas y se comportan como seres más civilizados.

Por la parte de los locales, estos tienen que aprender la que relación precio-valor no tiene que implicar mal servicio al espectador, ni tratos que vayan en contra del talento que presentan. Si es cierto que la idea de un negocio es ganar, pues también es cierto que el maltrato a la concurrencia o al artista no son buenas formas de lograrlo. Además, invertir en publicidad, promoción, equipos y bandas con talento es una excelente forma de conseguir resultados reales, recuerden eso.

Para finalizar dejamos a las bandas, las agrupaciones deben aprender cómo se maneja un negocio de eventos, entender que se puede pedir y que no, no dejarse engañar, pero tampoco hacer exigencias muy por encima de lo que vale su acto.

En todas partes del mundo, el valor del caché (lo que se le paga al artista), depende de la cantidad de gente que esta pueda meter entrada en mano a un local, mientras más concurrido, mayor el caché. Entonces, las bandas que apenas se inician, no pueden esperar el mismo trato monetario que un grupo que puede poner el local hasta las banderas, y esto también implica que las bandas deben conocer su propio valor y trabajar en aumentar su poder de convocatoria.

Otra seria enfermedad que padecen nuestras agrupaciones, es el rockstarismo. El creerse rock stars sin poder llenar un espacio de 200 lugares, y por lo tanto sin poder recuperar la inversión que esperan se haga en ellos, es una grave equivocación. Se comete también el error, de solicitar beneficios extras que no deben ser esperados, sino ganados con el trabajo del grupo. A esto hay que sumarle que si irrespetan a su audiencia, a los medios y a los locales por su “status” de estrella, lo lamento amigos míos, pero la puerta está al frente del cuarto, no dejen que la puerta los golpee al salir.

Nos leemos la que viene...

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